Tras innumerables intentos (muchos de los cuales le hacÃan perder la dignidad) consiguió conquistar a la chica de sus sueños. Y como casi siempre pasa en la creación de una nueva pareja las prioridadeso de antaño pasan a un segundo plano, todo y solo por ella.
Todos los domingos a las 5 de la tarde habÃa partido y era costumbre que nos pasáramos por su casa para crear una mala estrategia, pues siempre perdÃamos. Era un momento que nos hacia sentir únicos. Nos dejábamos decir miles de tonterÃas, las cuales alimentaban nuestro ego, hasta tal punto que llegábamos a pensar que entendÃamos algo de lo que estábamos diciendo y que por supuesto nos harÃa ganar el encuentro.
En una tarde de invierno, cuando el frÃo calaba hasta los huesos, conoció a aquella muchacha rubia de mirada penetrante, curvas de infarto, labios que desafÃan al beso, pero de aspecto humilde y accesible. Fue esto último lo que le hizo dar el paso, además de nuestros demagógicos alientos a que atacara a aquel "animal" tan bello. CreÃamos a pies juntillas en su fracaso, de ahà nuestros ánimos, nos esperaba un buen rato de risas y mofas. Pero no dábamos crédito a lo que estábamos viendo, la chica se reÃa de lo que él le susurraba, mientras tanto nuestra risa palidecÃa ante tal hazaña. La envidia nos corroÃa y él se convertÃa en nuestro héroe.
Una tarde tras otra él pasaba a recogerla al portal de su casa, incluso los domingos. Las estrategias deportivas se convirtieron en gemidos, caricias y besos. Él no cabÃa en sà de gozo, una chica como aquella, no era posible. Pero ese camino ya lo habÃa andado ella muchas veces y poco a poco se fue cansando, todo era tan fácil... No tuvo el valor para sincerarse con él, era incapaz de decirle que no lo querÃa a la cara. Entonces hizo lo que nunca hubiese querido para que el pensara que era una persona que no valÃa la pena y pudiese olvidarla pronto.
Otra vez quedábamos los domingos, las estrategias que dieron paso a la pasión pasaron a convertirse en tardes de terapia. Él no conseguÃa olvidarla y se preguntaba una y mil veces que coño habÃa hecho para ser humillado de esa forma. Nosotros le mentÃamos "piadosamente" diciéndole que aquella chica no merecÃa la pena. Su autoestima se situaba en el subsuelo y su dolor superaba nuestra comprensión. Era huérfano de madre desde los 16 años y su situación era tal que se atrevió a decir: "... estoy sufriendo más que con la muerte de mi madre". Solo entonces conseguÃamos imaginarnos la tortura que padecÃa.
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