domingo, 13 de noviembre de 2011

Si lo das todo te quedas sin nada.



Tras innumerables intentos (muchos de los cuales le hacían perder la dignidad) consiguió conquistar a la chica de sus sueños. Y como casi siempre pasa en la creación de una nueva pareja las prioridadeso de antaño pasan a un segundo plano, todo y solo por ella.
Todos los domingos a las 5 de la tarde había partido y era costumbre que nos pasáramos por su casa para crear una mala estrategia, pues siempre perdíamos. Era un momento que nos hacia sentir únicos. Nos dejábamos decir miles de tonterías, las cuales alimentaban nuestro ego, hasta tal punto que llegábamos a pensar que entendíamos algo de lo que estábamos diciendo y que por supuesto nos haría ganar el encuentro.                    
En una tarde de invierno, cuando el frío calaba hasta los huesos, conoció a aquella muchacha rubia de mirada penetrante, curvas de infarto, labios que desafían al beso, pero de aspecto humilde y accesible. Fue esto último lo que le hizo dar el paso, además de nuestros demagógicos alientos a que atacara a aquel "animal" tan bello. Creíamos a pies juntillas en su fracaso, de ahí nuestros ánimos, nos esperaba un buen rato de risas y mofas. Pero no dábamos crédito a lo que estábamos viendo, la chica se reía de lo que él le susurraba, mientras tanto nuestra risa palidecía ante tal hazaña. La envidia nos corroía y él se convertía en nuestro héroe.
Una tarde tras otra él pasaba a recogerla al portal de su casa, incluso los domingos. Las estrategias deportivas se convirtieron en gemidos, caricias y besos. Él no cabía en sí de gozo, una chica como aquella, no era posible. Pero ese camino ya lo había andado ella muchas veces y poco a poco se fue cansando, todo era tan fácil... No tuvo el valor para sincerarse con él, era incapaz de decirle que no lo quería a la cara. Entonces hizo lo que nunca hubiese querido para que el pensara que era una persona que no valía la pena y pudiese olvidarla pronto.
Otra vez quedábamos los domingos, las estrategias que dieron paso a la pasión pasaron a convertirse en tardes de terapia. Él no conseguía olvidarla y se preguntaba una y mil veces que coño había hecho para ser humillado de esa forma. Nosotros le mentíamos "piadosamente" diciéndole que aquella chica no merecía la pena. Su autoestima se situaba en el subsuelo y su dolor superaba nuestra comprensión. Era huérfano de madre desde los 16 años y su situación era tal que se atrevió a decir: "... estoy sufriendo más que con la muerte de mi madre".  Solo entonces conseguíamos imaginarnos la tortura que padecía.